“Soy perfeccionista y crítica; eso lo heredé del Liceo Militar”: Así se describe la doctora Georgette Daoud de Daoud desde su consultorio en Altamira durante la entrevista telefónica que le hiciera a mediados de agosto de 2022. En medio de su apretada agenda de citas para atender a sus pequeños pacientes, tuvo la gentileza de dedicarme una hora para contar la historia de su vida. Una vida digna de ser reseñada en una novela – o en el guion de una película – y es, sin lugar a duda, un ejemplo de superación y resiliencia que demuestra el poder del espíritu humano.
Desde finales de la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones le había entregado a Gran Bretaña la administración del Territorio de Palestina al desmoronarse el Imperio Otomano. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la migración de judíos que huían de Europa, así como el renacimiento del sionismo que reclamaba la creación de un estado judío, comenzó a generar marcados conflictos étnicos y políticos en Palestina.
En ese convulsionado contexto, nace Georgette Daoud Said en la ciudad de Ramla (o Ramleh), en 1945. Su madre, Nour, era palestina y cristiana ortodoxa, y hablaba árabe, hebreo e inglés. Su padre, David, nació en la provincia otomana de Dyar Bakr y era de origen asirio o cristiano siríaco, creció en un orfanato en el Líbano, y aprendió árabe, inglés y francés. El matrimonio produjo ocho hijos: Suad (1943), Georgette (1945) y Said (1947) nacidos en Palestina; Naimeh (1949), Elías (1953) y Jorge (1956) nacidos en el Líbano; y Julio (1961) y Simón (1963) nacidos en Venezuela.
Luego de la creación del Estado de Israel y la culminación de la guerra árabe-israelí de 1948, el gobierno de Benjamín Ben-Gurión ordenó un desplazamiento forzoso masivo de la población autóctona palestina (el evento es conocido por los palestinos como la “Nakba”, o catástrofe) hacia precarios campos de refugiados en los territorios ocupados de Cisjordania y la Franja de Gaza, así como a Jordania, Siria y el Líbano. El 12 de julio de 1948 fueron expulsados más de 50.000 palestinos que residían en las ciudades de Ramla y Lod (o Lydda, en grecolatino): los de Ramla fueron desplazados a bordo de autobuses, pero los de Lod fueron obligados a caminar hasta las líneas árabes en uno de los días más calurosos del año, lo que causó un gran número de muertos civiles por deshidratación y cansancio.
Georgette y su familia fueron confinados a un campo de refugiados en el Líbano en donde debieron permanecer hasta que obtuvieron la autorización del Gobierno del general Marcos Pérez Jiménez para emigrar a Venezuela en 1957. La familia realizó la larga travesía desde Beirut en un barco contratado por las Naciones Unidas, con escalas en los puertos de Alejandría (Egipto) y Génova (Italia), hasta llegar a La Guaira. “Nací en Tierra Santa pero la providencia me trajo a esta tierra bendita [Venezuela]”, asevera con gran convicción.
Originalmente la familia planeaba emigrar a los Estados Unidos pero la solicitud fue rechazada por lo que el destino traería a la atribulada familia a esta “Tierra de Gracia”. Sin ningún tipo de documentos para acreditar su identidad o ciudadanía, durante el proceso de registro migratorio se les cambió el apellido familiar de “Daoud” a “David” (Daoud significa David, en inglés y español).
Su hermano Jorge – que contaba con solo 18 meses – llegó muy delicado de salud y se debatía entre la vida y la muerte. Fue debido a la decidida intervención del médico tratante que se logró salvar la vida al infante. Ese evento quedó grabado en la memoria de la joven Georgette, y su recuerdo definiría su vocación de toda una vida.
Al llegar a Caracas, la familia se instaló en el anexo de un taller mecánico en la popular parroquia de Catia, frente a la Plaza El Cristo, el cual rentaban por 60 bolívares mensuales. Los miembros de la familia se podían comunicar en árabe, francés e inglés, pero no español, lo cual dificultó aún más la ansiada integración en la tierra que les daba cobijo. Una mujer de ascendencia trinitaria pero oriunda de El Callao pronto se convirtió en la primera confidente de la joven Georgette, ya que hablaba inglés: “La señorita Novoa”, recuerda.
En 1960, luego de acreditar suficiencia en los conocimientos de Educación Primaria, Georgette inició sus estudios de Educación Secundaria en el Liceo Luis Razetti, que acaba de ser reubicado desde la Casona Las Mercedes (antigua casa presidencial del Eleazar López Contreras) en La Quebradita a una nueva sede en la Avenida Morán. Ahí se destacó en todas sus asignaturas, pero principalmente en el área de Matemáticas, siendo acreedora de un galardón en un concurso escolar. Esa distinción llamó la atención de una profesora de Historia, quien también era vecina de la Plaza El Cristo y que recién iniciaba lo que llegaría a ser una larga y destacada carrera docente dentro del Licmilaya: la profesora Graciela Cárdenas Ramírez (1927 – 2002).
Fue en una peluquería del vecindario, en la que Georgette ayudaba para procurar un ingreso adicional para su hogar, que conoció a la profesora Graciela Cárdenas y dónde se le planteó la posibilidad de asistir al Liceo Militar. Había un problema que resolver: el costo de la mensualidad para los hijos de civiles era igual a lo que la familia pagaba por la renta de su hogar. La profesora Graciela, quien siempre fue una persona pragmática y de gran determinación, con gran seguridad le dijo: “¡Cuando estés en el Cuadro de Honor, el liceo te becará!”, y así fue durante toda la estancia en el Licmilaya.
En 1961, Georgette ingresó al Liceo Militar Gran Mariscal de Ayacucho como alumna de Segundo Año y se graduó en la VI Promoción de Bachilleres “Profesora Olga Bello de Velandia”, en 1965. En el liceo fue Distinguido y acaparó los premios de aplicación en cada uno de sus primeros tres años, participó en el orfeón, la estudiantina (“Aprendí a tocar la mandolina de oído”) y jugó voleibol (“¡Era la más chiquita del equipo!”). Al inicio de 1964 se realizaron los ascensos del personal de Quinto Año, y la jerarquía de Brigadier Mayor fue otorgada al alumno Jaime Padrón Lozada, quien ocupó el segundo lugar del Orden al Mérito. Esa jerarquía era reservada a los alumnos internos, y era impensable que una alumna ostentara tal reconocimiento. Fiel a su carácter y convicción, Georgette pidió una audiencia con el director del liceo, el coronel Manuel Morales Vásquez, y presentó su inconformidad por aquello que consideró una injusticia. “¡Es que una alumna nunca ha sido Brigadier Mayor!”, fue la respuesta del castrense.
Luego de mucho deliberar sobre el tema, finalmente el coronel Morales Vásquez accedió en otorgarle el rango de Brigadier Mayor a Georgette, por lo que se presentó una anecdótica situación – había un Brigadier Mayor para el Batallón de Alumnos, y otro para la Compañía Femenina. El coronel director acordó con Georgette la siguiente regla a seguir en la formación general: “¡Tu comandas a la Compañía Femenina que se mantenga en posición firme antes que [el Brigadier Mayor] Padrón Lozada comande al resto del batallón!”. A partir de ese momento, el nombre de Georgette quedó grabado con letras doradas en la historia mariscalista al convertirse en la primera mujer en portar las jinetas de Brigadier Mayor.l

Su hermano Said Daoud Said también fue Brigadier Mayor (de la IX Promoción), lo cual les convierte en una de las tres duplas de hermanos en alcanzar la máxima jerarquía militar reservada a alumnos en nuestra Alma Mater.
Desde muy temprana edad había decidido lo que habría de ser su vocación profesional. Cuando ya se acercaban las fechas de fin de año, el profesor Tomás Báez Finol – quien fue fundador del liceo como oficial de planta y que dictaba ese año la cátedra de Geografía Económica de Venezuela – le preguntó sobre sus preferencias de estudios universitarios a lo que ella respondió: “Quiero ser médico pediatra”. Este agregó: “Eres tan destacada en Matemáticas y hablas árabe, francés y español; deberías ser Ingeniero Petrolero”.
Luego de recibir el Título de Bachiller en Ciencias, Georgette fue admitida en la Escuela José María Vargas de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), y obtuvo el Grado de Médico Cirujano en 1971. Antes de obtener su grado académico, realizó los trámites legales para rectificar su apellido familiar, volviendo a ser Daoud.

Posteriormente realizó estudios de Maestría en Pediatría en la UCV, de Especialidad en Gastroenterología Pediátrica en el Queen Elizabeth Hospital for Sick Children en Londres (Inglaterra), y de Doctorado en Nutrición y Gastroenterología Pediátrica en el Texas Children´s Hospital of Baylor College of Medicine, en Houston (Estados Unidos). Al finalizar sus estudios en Estados Unidos, se le presentó una oportunidad para laborar en el famoso Johns Hopkins Hospital, en Baltimore, pero declinó la propuesta para retornar a su Patria adoptiva.
Es oportuno señalar que la doctora Daoud ha demostrado su excelencia profesional y extraordinaria calidad humana a través de una brillante trayectoria profesional de cincuenta años – veintisiete de los cuales los ejerció en el Hospital Miguel Pérez Carreño de Caracas, en donde fundó la Unidad de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica en 1986, la cual lleva su nombre desde 2004. Después con el mismo éxito, ejerció en el Centro Médico Caracas y actualmente lo hace en la Clínica El Ávila, de Altamira. También ha alternado su práctica profesional con el ejercicio docente en la UCV, dictando charlas y contribuyendo a la formación de nuevos especialistas.
En lo personal, la Doctora Georgette (como es conocida por sus numerosos pacientes) contrajo nupcias con George Daoud (“¡Me casé con un hombre que se llamaba igual que yo!”) en 1982. De esa unión nacieron sus dos hijos: Juan Santiago (nacido en 1984) y Georgette Nadima Daoud Daoud (nacida en 1987), quienes le han dado cuatro nietos. Le encanta cocinar, disfrutar de la playa y, por si se lo preguntan, aún toca la mandolina.
“Cuando toqué por última vez [en la estudiantina del liceo] en nuestra graduación, el profesor [Adelmo Ceballos] me regaló la mandolina y es el recuerdo más preciado que tengo aún de mi Licmilaya”, recuerda.
“Si hiciéramos cada uno de nosotros lo mejor de los que somos capaz de hacer, tendríamos un mejor país”: ese es el mensaje que envía esta extraordinaria venezolana y orgullosa Exalumna Mariscalista.
Por Rafael Andrés Curra Lava
