Los senderos, cuando son muy largos, tienen reposos para que el caminante tenga sosiego y pueda recuperarse. La frescura de alguno de esos parajes logra que al mirar al cielo hagas que imagines un momento en que tus ojos están fijamente observando una ventana donde ocurren las cosas que te hacen feliz.
En el año de 1967 cuando caminaba por una de esas rutas llamada vida, llegué a un descanso que Dios puso en mi destino. Era un verdadero Oasis, lleno de aromas, de impresionantes colores, con ecos que se convertían en melodías y dónde el corazón se estremecía como si algo divino estuviera por suceder. Y allí apareció esa ventana, y allí se fijaron mis ojos, allí afloraron seres inconfundibles etiquetados con nombres que se incrustaron en lo más hondo de mi ser y se convirtieron en parte del almacén de mi alma.
La ventana se volvió fugaz y como si se esfumase por un soplo repentino, esos seres estaban a mi lado y el descanso se convirtió en un albergue. Era un compartir que sería eterno, sería el inicio de un intercambio que confundiría mi sangre con la de ellos, que haría granítica una amistad inquebrantable.
El sendero seguía y ahora no caminaba sólo, me acompañan mis hermanos de la XIIl y seguían más descansos convertidos en albergues de nuestra inocencia y posteriormente de nuestra madurez. El tiempo pasó y aún después de muchos años nuestras palabras y nuestros actos siguen adornando aureolas que irradian paz, divinidad y confraternidad.
Son más de cinco décadas y quiero seguir en esos albergues hasta donde me lleve el sendero y que allí sigan descansando sobre los hombros de ustedes mis abrazos llenos de amor .
Pedro Celestino Del Moral Pérez
Talega C-137