La revista digital de los Ex alumnos Licmilaya

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Prof. Historia Universal Graciela Cárdenas (†) 1927 – 2002

Graciela Cárdenas: la señora con las llaves de la historia

Si hay una profesora que se quedó en la memoria de muchos de los ex alumnos del Licmilaya fue, sin duda, Graciela Cárdenas. La señora con llaves de las puertas de la historia, como le decía yo, era todo un personaje. 

Me voy a mis recuerdos y me parecer verla diminuta y altiva caminando por el pasillo del primer piso de las aulas con una ristra de llaves sujeta al cinto de su pantalón. Su cabello perfectamente peinado con estilo señorial y su vestimenta impecable daban pistas de la seriedad y dignidad que ella le daba a su trabajo como docente.

Sus clases, sin duda, eran muy peculiares. Recuerdo que siempre estaba corrigiendo el libro que teníamos asignado para la materia. “Ay no. Yo no sé por qué Aurero puso eso, pero no es verdad. Fui al viaje que él hizo para hacer ese libro, y eso no era así”, decía una Graciela que se sabía dueña de una parte de la historia.

Yo disfrutaba enormemente de su forma de contarnos los hechos históricos. Y es que ella generalmente tenía una anécdota que completaba lo que decía el libro o que incluso hacía más interesante el tema que tocaba. 

Siempre tuve la sensación que éramos privilegiados al ser sus alumnos. Y no solo porque fuera una excelente docente, sino porque estábamos, sin saberlo, ante un personaje maravilloso lleno de misterios y conocimientos que se extendían más allá de la materia que nos daba. Y tengo un recuerdo que lo confirma.

Después de su clase teníamos biología, y ese día necesitábamos llevar para una práctica -en la que por cierto me negué a participar-, un conejo. Así que, una de mis compañeras había llevado uno, y el animalito se estaba robando toda la atención durante la exposición que la profe hacía sobre Julio César y su papel en el Imperio Romano.

Ella para recuperar el interés del salón, tomó al animalito por las orejas lo puso sobre el escritorio y empezó a acariciarlo, mientras nos contaba que había trabajado en un circo y había aprendido a “encantar conejos”. Acto seguido, vimos atónitos como aquella mujer sabia, seria y estricta, puso bocarriba al conejito y con unos movimientos raros de las manos logró que se quedara inerte con las patas para arriba por unos minutos. 

El silencio del asombro inundó a 2D. Todos estábamos boquiabiertos. La profe de historia, esa a la que muchos le decían Tutankamón, se nos revelaba como una maga circense que esa mañana usó el elemento sorpresa para devolvernos al tema y recobrar nuestra atención. Así que, mientras el conejo seguía sin moverse y nosotros sin poder salir del estupefacción, ella retomó impávida lo que estaba diciendo sobre el discurso de Julio César ante el senado. Y en el momento climax de su narración aplaudió diciendo “Vini, Vidi, Vici”  con lo que sacó al conejo y a nosotros violentamente del encantamiento, robándose el show y nuestra admiración en una sola estocada.

Como esta tengo una decena de anécdotas más que seguro harán ver a Graciela -ante las generaciones de ex alumnos que no la conocieron-, como una suerte de Minerva McGonagall (la profesora de transformaciones de Harry Potter), y de hecho para mí lo es. Con ella aprendí a transformar los miedos durante un examen en el puente a la memoria auditiva. Esto seguramente les va a sonar raro, pero en una clase ella nos dijo que cuando la inseguridad y la duda en una prueba nos atrapara, lo único que teníamos que hacer era respirar, calmar nuestro corazón, cerrar los ojos por un instante e imaginar que estábamos en una sesión de la materia en cuestión para que ese conocimiento volviera a nosotros. 

Puedo dar fe que esa técnica funciona. La usé a lo largo del bachillerato y en mis días de universidad y déjenme decirles que aún hecho mano de ella y los resultados son increíbles. El desbloqueo es inmediato y todo lo que has leído u oído alguna vez parece fluir hacia ti mágicamente. 

Otra cosa que siempre me pareció increíble de la profe Graciela era su memoria prodigiosa. No podías mentirle, ni jugar a confundirla. Ella te miraba con sus ojos penetrantes y te decía, día, hora en la que hizo o dijo tal cosa.

Nunca olvidaré que en mi primer día de clases con ella se me quedó viendo, y me dijo “Tu cara se hace conocida, seguro tu papá estudio aquí”. No lo podía creer, él efectivamente había estudiado en el liceo. Así que esa tarde al verlo lo primero que hice fue preguntarle si el nombre Graciela Cárdenas le decía algo. Mi sorpresa fue mayor cuando respondió: “Claro ella era mi profesora de historia en el Ayacucho”. 

Esta es pues, la Graciela Cárdenas de mi memoria. Una mujer inteligente, fuerte y recursiva, con un amor inmenso por la enseñanza. Y al escribir esto no me cabe duda de lo afortunados que fuimos las generaciones de alumnos a los que nos tocó toparnos con esta profesora que compartió con nosotros llaves importantes de su conocimiento con las que logró quedarse en nuestra historia.

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